Se acaba el año. Habíamos pensado en miles de fórmulas, para despedir el 2007 en nuestra página. Sin embargo, hemos escogido la más simple y sencilla, pero quizá la mejor. Recogemos este fragmento de un libro, para ponerle desde este rotativo, que anoche cumplió 100 entradas, el broche final al 2007:
«Se iniciaba aquella mañana del mes de abril, como otra cualquiera. Él sólo esperaba ponerse a trabajar con sus libros, como habituaba todos los sábados. Pasaban las horas y rondando el mediodía llegaba una llamada. Era ella. Ciertamente, no esperaba noticias suyas hasta el viernes siguiente, cuando acostumbraban a verse; sin embargo, allí estaba su dulce voz, al otro lado, para ofrecerle una noche distendida.
Él, retocaba sus previsiones, pues se entusiasmó al escuchar su palabra. Llevaban más de ocho meses sin charlar como aprendieron a hacerlo y, aunque él se había acostumbrado a ello, no le desagradaba la idea de volver a empezar a caminar. Aquel fin de semana fue mágico, tanto, que él se sintió especial y soñó creando castillos en el aire, tan grandes como aquella catedral que los encontró.
Pasaron los días y la amistad se afianzó. A la rutina de los viernes se unían largas conversaciones en la noche, llanteras a horas intempestivas, de uno o de otro, en las que las lágrimas eran pozos de cariño. Ahora, para ambos, la rutina de los viernes no significaba nada. Necesitaban más.
Sin embargo, y precisamente tres primaveras después de haberse conocido, lo que era una historia de hadas, comenzó a convertirse en realidad. La relación se desgastaba al mismo tiempo que se deshacía en la muñeca aquel recuerdo que ella le ofreció antes de iniciar su primer largo viaje.
Él, que regresaba todos los fines de semana, en parte para verla a ella, se daba cuenta de como la química empezaba a dejar de existir, al mismo tiempo que la relación comenzaba a desgastarse. Ávida, se encendió la luz de alarma de su corazón, detectó los problemas y auguró una solución, pero nadie la escuchó, cuando en silencio grito.
Las lágrimas no se hicieron esperar. Aquella noche, en la que ella se deshizo todo el camino andado de la peor manera posible, sin contestar a su llamada y escudándose en la distancia espacial, para ponerle fin a lo que les había unido durante varios años.
Y ahora, que ha pasado el tiempo, él vuelve a verla los viernes, en su habitual rutina, como ocurriera años atrás. La frialdad con la que se miran es la misma que la de dos extraños en un autobús. Resignado, meses después, el sólo puede cantar: Y ahora voy a ser yo, solo para mí, dejar atrás la otra vida, y prescindir de ti. Quiero empezar otra vez una página en blanco y no, no me voy a arrepentir».
Con este relato La Pluma Indiscreta cierra el año 2007, en el que comenzó a estar con ustedes, hace ya tres meses. Acaba el año y vuestros ansiados deseos son el reclamo de La Pluma Indiscreta, para 2008. Para aquellos que desean que éste no sea un cambio de año, sino el año del cambio, suerte; para los que se quieren quedar igual, suerte también; y para los que deseen ir a peor, que no lo intenten, pues no lo conseguirán.
(Imagen:http://www.verdenorte.com)
«Se iniciaba aquella mañana del mes de abril, como otra cualquiera. Él sólo esperaba ponerse a trabajar con sus libros, como habituaba todos los sábados. Pasaban las horas y rondando el mediodía llegaba una llamada. Era ella. Ciertamente, no esperaba noticias suyas hasta el viernes siguiente, cuando acostumbraban a verse; sin embargo, allí estaba su dulce voz, al otro lado, para ofrecerle una noche distendida.
Él, retocaba sus previsiones, pues se entusiasmó al escuchar su palabra. Llevaban más de ocho meses sin charlar como aprendieron a hacerlo y, aunque él se había acostumbrado a ello, no le desagradaba la idea de volver a empezar a caminar. Aquel fin de semana fue mágico, tanto, que él se sintió especial y soñó creando castillos en el aire, tan grandes como aquella catedral que los encontró.
Pasaron los días y la amistad se afianzó. A la rutina de los viernes se unían largas conversaciones en la noche, llanteras a horas intempestivas, de uno o de otro, en las que las lágrimas eran pozos de cariño. Ahora, para ambos, la rutina de los viernes no significaba nada. Necesitaban más.
Sin embargo, y precisamente tres primaveras después de haberse conocido, lo que era una historia de hadas, comenzó a convertirse en realidad. La relación se desgastaba al mismo tiempo que se deshacía en la muñeca aquel recuerdo que ella le ofreció antes de iniciar su primer largo viaje.
Él, que regresaba todos los fines de semana, en parte para verla a ella, se daba cuenta de como la química empezaba a dejar de existir, al mismo tiempo que la relación comenzaba a desgastarse. Ávida, se encendió la luz de alarma de su corazón, detectó los problemas y auguró una solución, pero nadie la escuchó, cuando en silencio grito.
Las lágrimas no se hicieron esperar. Aquella noche, en la que ella se deshizo todo el camino andado de la peor manera posible, sin contestar a su llamada y escudándose en la distancia espacial, para ponerle fin a lo que les había unido durante varios años.
Y ahora, que ha pasado el tiempo, él vuelve a verla los viernes, en su habitual rutina, como ocurriera años atrás. La frialdad con la que se miran es la misma que la de dos extraños en un autobús. Resignado, meses después, el sólo puede cantar: Y ahora voy a ser yo, solo para mí, dejar atrás la otra vida, y prescindir de ti. Quiero empezar otra vez una página en blanco y no, no me voy a arrepentir».
Con este relato La Pluma Indiscreta cierra el año 2007, en el que comenzó a estar con ustedes, hace ya tres meses. Acaba el año y vuestros ansiados deseos son el reclamo de La Pluma Indiscreta, para 2008. Para aquellos que desean que éste no sea un cambio de año, sino el año del cambio, suerte; para los que se quieren quedar igual, suerte también; y para los que deseen ir a peor, que no lo intenten, pues no lo conseguirán.
(Imagen:http://www.verdenorte.com)